Cuidado Pastoral

por | Jul 23, 2025 | Desarrollar Líderes | 0 Comentarios

El pasado 15 de marzo, nos reunimos vía Zoom para el seminario especial del Riel de Cuidado Pastoral titulado Diseño Original: Relaciones y Sexualidad. Fue un tiempo hermoso, lleno de testimonios que nos invitaron a mirar hacia adentro con esperanza. Queremos compartir con ustedes un poco de lo que vivimos.

Uno de los momentos más impactantes fue escuchar al psicólogo José Lorenzo hablarnos sobre nuestra identidad como hijos de Dios. Nos recordó que fuimos creados a imagen del Padre y que, aunque el pecado en el Edén nos desconectó de esa relación original, Cristo vino precisamente a restaurarla. La pregunta no era “¿quién eres?”, sino “¿de quién eres?”.

Se habló sobre temas que muchas veces evitamos: confusión de identidad, orientación sexual, adicción, vergüenza, heridas del pasado. Pero lo más importante fue la manera en que se habló: con compasión, con gracia y desde la experiencia personal.

El hermano Omar Cano compartió su historia con una sinceridad, desarmó prejuicios. Nos habló de su lucha con la identidad sexual y de cómo, en medio del quebrantamiento, encontró intimidad con Dios. Nos recordó que la atracción al mismo sexo muchas veces es un síntoma de heridas emocionales, y que la sanación no llega con juicio, sino con amor, acompañamiento y verdad. Fue un llamado a la Iglesia a caminar con aquellos que están en procesos difíciles, no como jueces, sino como hermanos.

También se abordó el tema del abuso, y cómo este puede afectar profundamente la percepción de uno mismo. Pero más allá del dolor, lo que brilló fue la esperanza: definitivamente sí hay restauración, sí hay camino, sí hay sanidad cuando permitimos que Dios entre a lo más íntimo de nuestro ser.

El seminario cerró con un llamado claro: este camino no se recorre solo. Necesitamos grupos de cuidado, discipulado, acompañamiento. Necesitamos comunidades donde podamos ser vulnerables y a la vez sostenidos por la gracia. 

No fue solo un seminario. Fue una invitación a volver a casa. A reconocer nuestra identidad en Cristo. A permitir que la gracia toque nuestras heridas más profundas. Y sobre todo, a caminar juntos como familia de fe.

Porque al final del día, todos estamos en proceso. Y en ese proceso, Dios nos llama por nuestro nombre, no por nuestra herida.

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